III°
CONGRESO CATEQUISTICO NACIONAL
ARGENTINA
MAYO 2012
“Anticipar la aurora;
construir la esperanza”
PRIMERA CONFERENCIA
Sumario: 1.
Introducción; 2. La perenne tarea de evangelizar; 3. Importancia fundamental
del Misterio Pascual, creído, celebrado y vivido, para la Catequesis
Queridos Hermanos en el Episcopado,
Queridos hermanos en el sacerdocio, religiosos,
religiosas, catequistas,
1.
Introducción
Después de algunos años
de mi estancia en la Arquidiócesis de Córdoba, de la que conservo un gratísimo
recuerdo, el Señor me ha concedido la gracia de volver a Argentina, invitado
por la Comisión Episcopal de Catechesis, con motivo de una circunstancia tan
importante y entrañable como es la celebración des IIIº Congreso Nacional de
Catequesis.
Este
Congreso es la continuación de una larga e inestancable tarea, que se protrae
desde el primer Congreso celebrado en Buenos Aires, del 15 al 18 de agosto del
año 1962, con el lema “Conocer para amar”,
pasando por el segundo Congreso, que tuvo lugar en Rosario del 10 al 12 de
octubre de 1987, con ocasión de la conmemoración de los 25 años del primer
Congreso y dentro del “Año Catequístico Nacional”, declarado por el Episcopado
Argentino, hasta ahora.
Quiera
el Señor bendecir y hacer fecunda esta labor de ustedes tan generosa y
prolongada en favor de la catequesis en Argentina.
2. La perenne tarea de
evangelizar
Estamos
en un año muy especial para el empeño que nos convoca, en vísperas del comienzo
del Año de la Fe proclamado por el Santo Padre Benedicto XVI, mediante la Carta
Apostólica, en forma de Motu Proprio,
“Porta Fidei”, promulgado en Roma el
6 de enero de 2012, Solemnidad de la Epifanía del Señor.
El
Año de la Fe comenzará el 11 de octubre de este año, en el quincuagésimo
aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y concluirá el 24 de
noviembre de 2013, Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo. En
la intención del Santo Padre este Año será una ocasión propicia para que todos
los fieles comprendan con mayor profundidad que el fundamento de la fe
cristiana es «el encuentro con un
acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con
ello, una orientación decisiva» (Benedicto XVI, Carta Enc. Deus caritas est, 25 noviembre de 2005,
n. 1).
Todos
hemos de sentirnos convocados e invitados a poner nuestro granito de arena en
esta gran tarea de una nueva evangelización de la sociedad en la que, por
gracia de Dios, nos ha tocado vivir. Hemos de sentir la responsabilidad de
vivir en primera persona esta gran oportunidad que el Espíritu Santo suscita
hoy en la Iglesia. Es el Espíritu de Jesús quien nos hace sentir esta necesitad
y esta urgencia de evangelizar, como si fuera la primera vez, sin olvidar los
más de veinte siglos que nos preceden y donde tanto y, muchas veces, tan bien
se ha realizado por la causa del Evangelio.
Pero
la evangelización es siempre nueva y los medios no son nunca ni suficientes ni
adecuados a la magnitud de la misión. «Nuestro Señor no vaciló en confiar a un
puñado de hombres, que cualquiera hubiera juzgado insuficientes por numero y
calidad, la misión formidable de la evangelización del mundo entonces conocido;
y a este pequeño rebaño le advirtió que no se desalentase (Lc 12,23), porque
con Él y por Él, gracias a su constante asistencia (Mt 28, 20), conseguirían la
victoria sobre el mundo (Jn 16,33)» (SC, 47).
El
Evangelio es y será siempre actual. Siempre será así. No seremos nunca “suficientes” según el juicio humano, mi
los más preparados humanamente, ni disponiendo de los medios adecuados, ayer
como hoy. La mies del Reino siempre será mucha y los trabajadores, hoy lo mismo
que al principio, son pocos; ni han llegado jamás a un numero tal que el juicio
humano lo haya podido considerar suficiente.
La
prudencia y el juicio de los hombres no pueden estar por encima de la
misteriosa sabiduría de Aquel que, en la historia de la salvación, ha desafiado
la sabiduría y el poder de los hombres con su locura y su debilidad (1Cor
1,20-31).
Además,
Jesús nos ha enseñado también que el Reino de Dios tiene una fuerza íntima y
secreta que le permite crecer y llegar a madurar sin que el hombre sepa cómo (Mc 4,26-29). ¡Cuantas veces hombres que
pasaban por muy sabios o muy poderosos, entre sus contemporáneos, han dado por
muerta la Iglesia o ha dado por acabado el cristianismo!
Así
pues, nada hay más contrario a la fe que el pesimismo o la resignación delante
de un mundo secularizado que parece que todo lo arrastra detrás de si, borrando
de raíz la fe cristiana de nuestras gentes. El capitulo 1 “Contemplar” del
aporte del ISCA para este IIIº Congreso se abre con esta cita estupendo del
documento “Juntos para evangelizar”:
«Creemos que la Palabra de Dio es eficaz por
sí misma. Por eso la anunciamos con optimismo y alegría. Es una Palabra de
comprensión, de esperanza y de misericordia. Cuanto más manifestamos la alegría
de la fe, más dispuestos están los hombres a creer en el gran amor que Dios les
tiene… Desde el amor misericordioso de Dios Padre queremos asumir la cultura
propia de nuestro Pueblo Argentino».
No
nos puede paralizar “el temor”, “el miedo” a evangelizar que nos lleve a
“cerrar las puertas” (Jn 20,19), como
los discípulos en el Cenáculo, cuando Jesús ya había resucitado, pero aún no se
había manifestado a ellos.
¡Qué
diferencia entre ese “miedo” y la “fortaleza”, la “valentía” (“parresia”)
con que poco después Pedro y los demás apóstoles anunciarán «en la persona de Jesús la resurrección de
los muertos» (Hch 4,2).
Efectivamente,
entre el miedo y la tristeza anteriores, que los paralizaba, y la fortaleza y
alegría posteriores que ningún poder humano o circunstancia fue capaz de
detener (cf. Hch 5,34ss), los
discípulos han visto a Jesús resucitado y ahora son testigos de que Jesús vive
para siempre.
3. Importancia
fundamental para la catequesis del Misterio Pascual, creído, celebrado y vivido
Sólo
un acontecimiento que se graba en las almas con une fuerza inusitada,
extraordinaria, única, es capaz de suscitar un cambio tan radical en la
conducta de los discípulos. Para esto no bastan las meras especulaciones
teológicas:
«Si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación
carece de sentido y vuestra fe lo mismo. Además, como testigos de Dios,
resultamos unos embusteros, porque en nuestro testimonio le atribuimos
falsamente haber resucitado a Cristo» (1Co 15,14ss).
«San Pablo – comenta
Benedicto XVI – resalta con estas
palabras de manera tajante la importancia que tiene la fe en la resurrección de
Jesucristo para el mensaje cristiano en su conjunto: es su fundamento. La fe
cristiana se mantiene o cae con la verdad del testimonio de que Cristo ha
resucitado de entre los muertos. Si se prescinde de esto, aún se pueden toman
sin duda de la tradición cristiana ciertas ideas interesantes sobre Dios y el
hombre, sobre su ser hombre y su deber ser – una especie de concepción
religiosa del mundo -, pero la fe cristiana queda muerta. (…).
Sólo si Jesús ha resucitado ha sucedido algo
verdaderamente nuevo que cambia el mundo y la situación del hombre. Entonces
Él, Jesús, se convierte en el criterio del que podemos fiarnos. Pues, ahora,
Dios se ha manifestado verdaderamente»
(J. Ratzinger – Benedicto XVI, Jesús de
Nazaret, II tomo, 281-282).
En
la homilía tercera sobre los Actos de los Apóstoles de San Juan Crisóstomo,
comentando el paso de la elección de San Matías al Colegio apostólico, el
Crisóstomo hace notar como san Pedro exige del candidato que sea uno que los ha
acompañado «durante todo el tiempo que el
Señor Jesús ha vivido con ellos, comenzando desde el bautismo de Juan hasta el
día en que nos fue llevado para que sea constituido testigo con nosotros de su
resurrección» (Hch 1,21). Y comenta san Juan Crisóstomo: «no testigo de todo, sino testigo de su
resurrección, simplemente» (Hom. 3; PG 60, 33-36,38).
En
efecto, era necesario, para suscitar la fe, uno que fuese creíble sobre este
punto: aquel que comía y bebía con nosotros, aquel que fue crucificado es el
mismo que ha resucitado. Este es el punto. No era necesario que fuera testigo
de todo el pasado de Jesús (vida pública), ni siquiera de los milagros, sino
sólo de la resurrección porque los otros acontecimientos eran conocidos de
todos. La resurrección, sin embargo, era conocida a aquellos pocos.
El
testimonio de la resurrección contiene en sí todo el Misterio Pascual; “Aquel que murió crucificado es el mismo que
resucitó”.
Cuando,
en el capitulo 15 de la Primera Carta a
los Corintios, San Pablo testimonia la resurrección subraya con gran vigor
– como lo hace, por lo demás, en el relato de la Última Cena (1
Co 11,23-26) – que no propone palabras suyas: «Porque lo primero que yo os trasmití, tal como lo había recibido, fue
esto» (15,3).
Con
ello, Pablo se engrana, conscientemente, en la cadena del “recibir y trasmitir”. En esto, tratándose de algo esencial, de lo
que todo lo demás depende, se requiere sobre todo fidelidad.
Pablo
que, en muchas ocasiones, ha recalcado con vigor su testimonio personal del
Resucitado y su apostolado recibido directamente del Señor, mostrando una gran
libertad de espíritu, aquí, sin embargo, insiste – y estamos en la confesión
más importante en absoluto de los testimonios sobre la resurrección – en la
fidelidad literal de la transmisión de lo que ha recibido, en que se trata de
la Tradición común de la Iglesia, ya desde los comienzos.
Hay
en ello – me parece – una pauta muy importante para la catequesis: una cosa es
transmisión de experiencias personales o comunitarias de la fe, que deben estar
presentes en la catequesis, y otra es la transmisión fiel de “lo que se ha recibido”, que no depende
de estados de ánimo, de cultura diversa, de preparación intelectual, de experiencias
personales etc. Sino de algo objetivo,
fijado, que esta ahí, independiente de mi persona, podríamos decir.
De
este “Evangelio”, del que habla San
Pablo, «en el que estáis fundados y por
el cual os salvaréis, si es que lo conserváis tal como os lo he trasmitido»
(15, 1s), de este mensaje central no solo interesa el contenido, sino también
la formulación literal, a la que no se puede añadir ninguna modificación. «Un
recurso metodológico olvidado y que habrá que recuperar sin caer en
exageraciones del pasado, es la memoria» (Lineamentos y Orientaciones, n. 33).
De
esta vinculación con la tradición, que proviene de los comienzos, se derivan
tanto su obligatoriedad universal como la uniformidad de la fe: «Tanto ellos como yo, esto es lo que
predicamos; esto es lo que habéis creído» (15,11). En su núcleo, la fe es
una sola incluso en su misma formulación literal: ella une a todos los
cristianos.
He
aquí el texto en su conjunto tal como lo trasmite San Pablo:
«Que Cristo murió por nuestros pecados, según las
Escrituras / que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las
Escrituras / que se apareció a Cefas y más tarde a los Doce / después se
apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven
todavía… / después se le apareció a Santiago, después a todos los apóstoles /
por último, como a un aborto, se apareció también a mi» (1 Co 15, 3-8).
Según
la opinión de la mayor parte de los exegetas, la verdadera confesión original
acaba con la aparición a Cefas y a los Doce (v. 5).
En
todo caso, destaquemos, ya desde ahora – aunque lo retomaremos mas tarde -, la
importancia fundamental de las dos frases que entran en la confesión de fe, es
decir – “por nuestros pecados” y “según las Escrituras” – para entender
como se comportaba la Iglesia naciente respecto a los hechos de la vida de
Jesús. Dejemos “por nuestros pecados” y fijémonos en la segunda afirmación: “según las Escrituras”.
Lo
que el resucitado había enseñado a los discípulos de Emaús se convierte ahora
en la prueba fundamental y paradigma para entender a Jesús mismo, su vida, su
horrible pasión, su muerte, su resurrección y para su transmisión a todas las
gentes: todo lo sucedido a Él es cumplimiento de la “Escritura”. Así debe ser creído.
Pero
el Misterio Pascual no es un acontecimiento del pasado sino que es vivo y
actual, es celebrado,
actualizándolo, en la sagrada Eucaristía. Justamente, la constatación
experimental que son muchos los bautizados que no participan de la Eucaristía,
pudiendo hacerlo, nos interpela profundamente a una catequesis seria de
Iniciación Cristiana y de Catequesis Permanente.
«Tenemos un alto porcentaje de católicos sin
conciencia de su misión de ser sal y fermento en el mundo, con una identidad
cristiana débil y vulnerable», observa el Documento final de Aparecida (Aparecida, 286). «Es necesario que los cristianos experimenten que no siguen a un
personaje de la historia pasada, sino a Cristo vivo, presente en el hoy y el
ahora de sus vidas (…)
El encuentro con Cristo en la Eucaristía suscita el
compromiso de la evangelización y el impulso a la solidaridad; despierta en el
cristiano el fuerte deseo de anunciar el evangelio y testimoniarlo en la
sociedad para que sea más justa y humana. De la Eucaristía han brotado a lo
largo de los siglos un inmenso caudal de caridad, de participación en las
dificultades de los demás, de amor y de justicia. Sólo de la Eucaristía brotará
la civilización del amor, que trasformará Latinoamérica y el Caribe para que,
además de ser el continente de la esperanza, sea también el continente del
amor!» (Benedicto XVI,
Discurso inaugural de Aparecida), «de modo que teniendo cada día ante nuestros
ojos y en nuestras manos el memorial de la pasión de Cristo, recibiéndolo en
nuestros labio y en nuestro pecho, conservemos el recuerdo indeleble de nuestra
redención» (San Gaudencio de Brescia,
Tratado 2: CSEL 68,30-32).
La
contemporaneidad eucarística del Resucitado al cristiano de todos los tiempos,
en su experiencia de vida y libertad concreta, asegurada sacramentalmente por
obra de la potencia del Espíritu Santo, es expresión asimismo de la novedad de
la resurrección.
La
vida de Jesús resucitado no es simple sobrevivencia! En efecto, la resurrección
de Cristo es una «especie de radical
salto de cualidad en la que se manifiesta una nueva dimensión de la vida, del ser hombres» (J. Ratzinger –
Benedicto XVI, II, p. 303).
Se
comprende así bien porque la Iglesia haya hablado desde muy pronto de la
Eucaristía como “pignus futurae gloriae”
y como lo haya siempre considerada como “el testimonio” por excelencia de la
presencia de Cristo vivo en medio de nosotros.
Esta
unidad entre Catequesis y Liturgia ha sido fuertemente remarcada por los
“Lineamentos y Orientaciones” de la CEA: “Ambas realidades están íntimamente
unidas… No pueden separarse. La fe se conoce, se celebra, se vive. Debemos
recobrar la riqueza que tiene nuestra liturgia recuperando la mistagogia como
catequesis que profundiza el misterio celebrado” (n. 17).
Se
trata por tanto de destacar la novedad absoluta del Misterio Pascual no solo
para ser creído y celebrado en la liturgia sino también para ser vivido: el Misterio Pascual, a través
del bautismo, es nueva generación, nuevo nacimiento, al que corresponde un
nuevo modo de vivir y comportarse e, incluso, una nueva creación donde el cielo
y la tierra se unen (“cielos nuevos y
tierra nueva” 1P) (Rm 8):
«la resurrección de Cristo abre de par en par el
infierno. Los neófitos renuevan la tierra. El Espíritu Santo abre el cielo. La
tierra renovada reflorece. El cielo abierto acoge a cuantos llegan… la luz de
Cristo resucitado es día sin noche, día que no conoce atardecer… ese día es el
mismo Hijo, en el cual el Padre que es día sin principio hace resplandecer el
sol de su divinidad» (San Máximo de Turín,
obispo, Disc. 53,1-2.4; CCL 23,214-216).
He
querido detenerme sobre este punto de la importancia fundamental del Misterio
Pascual porque es clave en la configuración de la Catequesis de acuerdo con el
modelo de la Iniciación Cristiana catecumenal, la cual es «un camino progresivo de discipulado, asistido y acompañado; y todo
impregnado por el misterio de la Pascua de Cristo» (SENAC, 19).
La
pregunta es si estamos dispuestos a creer
y testimoniar hoy este Misterio, a celebrarlo
y a vivirlo, con toda la fuerza y la convicción de nuestros primeros
hermanos en la fe. Si no somos también nosotros, quizás, hijos de pensamiento
“ilustrado” para el que, después del cambio de la imagen científica del mundo,
la fe en la resurrección de Jesús ha de considerarse “obsoleta” (cf. ibid. p. 287). De ahí la importancia de este Año de
la fe que quiere centrar nuestra atención en el Concilio Vaticano II y en el
Catecismo de la Iglesia Católica y, por tanto, también de la Catequesis y el
modo de hacer catequesis.