DOMUS MARIAE
Congreso Internacional
sobre la catequesis, organizado por la CCEE
«Iniciación cristiana y
nueva Evangelización»
8 Mayo 2012, hora 7.00
Santa Misa
Homilía
[Hech 14,19-28; Sal 144; Jn 14,27-31]
X
Venerados Hermanos y
Queridísimos amigos,
Estoy muy contento de
poder celebrar con vosotros esta Eucaristía durante vuestro Congreso. Es de destacar el
notable y providencial significado, que la primera Lectura de los Hechos de los
Apóstoles, recién escuchada, recoja las palabras con las cuales el Santo Padre
Benedicto XVI ha querido encabezar la Carta de convocatoria del Año de la Fe,
con ocasión del quincuagésimo aniversario del comienzo del Concilio Ecuménico
Vaticano II y el vigésimo de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica,
instrumento indispensable para la correcta hermenéutica de los textos conciliares.
¡No podemos olvidar, en efecto, que se trata del Catecismo de este Concilio!
Leemos que los
Apóstoles “reunieron a la Iglesia y contaron todo lo que Dios había hecho por
medio de ellos: cómo había abierto a los paganos la puerta de la fe”
Abrir la puerta de la fe a los hombres de cada tiempo y lugar
es, ante todo, la tarea de Dios mismo. Si perdemos de vista este “primado” de
la Obra de Dios, cualquier esfuerzo nuestro estará destinado a no dar los
frutos esperados. Es Dios quien abre la puerta de la fe a nuestros hermanos los
hombres y lo hace, ante todo, por medio de su Hijo Unigénito. Él es la “puerta
de las ovejas”, camino universal y único de salvación para todos los hombres.
Es hermosa la imagen de este Dios que “abre”, y qué lejos
está de tantos prejuicios contemporáneos sobre el Señor, sobre su Palabra de
salvación y sobre su Iglesia, lugar en el que tal salvación se hace actual y
operante por la libertad de los individuos, en la comunión del único Cuerpo.
La imagen de la “puerta” es particularmente eficaz porque se
refiere a “entrar” en una nueva dimensión, en una realidad que el hombre no
puede darse a sí mismo, sino que es completamente don de Dios. Esta realidad
del don que es Dios mismo, requiere poner en movimiento nuestra libertad;
requiere que el umbral de la puerta, abierta por Dios, sea cruzado por cada uno
de nosotros. En este sentido, la salvación ofrecida universalmente, no puede de
ninguna manera ser eficaz sin el concurso de la libertad creada que, sostenida
por la gracia, "da el paso” y cruza la “puerta de la fe”.
La grandísima tarea de la catequesis de la iniciación
cristiana, vista sobre todo en el horizonte de la nueva evangelización, es, pues,
por lo menos doble.
Por una parte, la
catequesis debe colaborar con el Señor para “abrir la puerta de la fe”,
mostrando, de manera profundamente racional y humana, y hasta afectivamente, la
gran posibilidad de vida, de sentido y de plenitud que Dios ofrece a los hombres.
Si no volvemos a sacar a la luz toda la razonabilidad, el atractivo e incluso
la “conveniencia humana” del cristianismo, si no sacamos a la luz todo lo que
emana de la voluntad de la fe, muy difícilmente podrá resultar fascinante la perspectiva
cristiana.
Por otra parte, la catequesis está llamada a sostener la
inteligencia de la fe, por medio del conocimiento de la Revelación, tanto en
sus aspectos relacionales, como en aquellos más propiamente doctrinales que son
su traducción histórica.
Una vez que sea cruzada
“la puerta de la fe” –lo sabemos bien- el camino no habrá concluido. Solamente
una intensa tarea de formación podrá permitir al juicio de conciencia no volver
atrás y al comportamiento moral no abandonar la luz encontrada.
A casi cincuenta años del comienzo del
Concilio Ecuménico Vaticano II, debemos reconocer que la misma vida moral, ya
sea intra o extra eclesial, ha sido tremendamente debilitada por una
insuficiente catequesis, por una formación incapaz, quizá, de dar las razones
de las exigencias del Evangelio y de mostrar, en la concreta experiencia
existencial, que ellas son extraordinariamente humanizadoras. ¡Y no ha sido por culpa
del Concilio!
Por estos motivos, la catequesis es siempre una narratio.
Afirma el texto citado,
que los Apóstoles “reunieron a la Iglesia y contaron todo lo que Dios había
hecho por medio de ellos”. En este “contaron todo lo que Dios había hecho”,
está contenida, en definitiva, toda la labor de una catequesis que no sólo es
transmisión de verdades doctrinales, sino una posibilidad de participación en
el mismo Evento de la fe, en el mismo Evento-Cristo.
La dimensión doctrinal,
no obstante, bien lejos de ser secundaria, representa el modo concreto de la narratio, la cual de otro modo
correría el riesgo de hacerse arbitraria y subjetiva y, por tanto, no creíble.
Como ha recordado el Santo Padre en la homilía de la Santa
Misa Crismal, nos encontramos ante "un analfabetismo religioso que se
difunde en medio de nuestra sociedad tan inteligente.
Los elementos
fundamentales de la fe, que antes sabía cualquier niño, son cada vez menos
conocidos. Pero para poder vivir y amar nuestra fe, Pero para poder vivir y
amar nuestra fe, para poder amar a Dios y llegar por tanto a escucharlo del
modo justo, debemos saber qué es lo que Dios nos ha dicho; nuestra razón y
nuestro corazón han de ser interpelados por su palabra”.
La catequesis, sobre todo la de la iniciación cristiana,
tiene esta gran tarea: vencer el analfabetismo religioso, enseñando “qué nos ha
dicho Dios”… ¡y sin dejarnos paralizar por las interminables cuestiones metodológicas!
Los problemas
metodológicos, queridos amigos, son superados por los santos: con su sencillez
y con su vida, son la más eficaz catequesis viviente que Dios mismo ofrece a su
pueblo. Un nombre en representación de todos: el Beato J.H.Newman y su "cor ad cor loquitur", con todo el
empeño intelectual, teológico, moral y espiritual que eso significa.
Si tenemos esta conciencia, si la puerta de la fe es cruzada
sobre todo por nosotros, si ponemos en el primer lugar la formación de los
sacerdotes y de los catequistas, si vigilamos atenta y eficazmente los
distintos Centros de formación, si no tenemos miedo de utilizar también los
nuevos areópagos, como internet, para anunciar la Fe, sin olvidar nunca que el
encuentro con Cristo reclama siempre una mediación personal, entonces esta obra
fundamental podrá florecer y, con la ayuda de Dios, podrá dar fruto.
No podemos olvidar
jamás que “debemos entrar en el Reino de Dios a través de muchas tribulaciones”
y, en consecuencia, que el cansancio es constitutivo del camino de salvación, y
que Jesús nos ha dicho: “Os dejo la paz, os doy mi paz”. No como la da el
mundo, os la doy a vosotros”, indicando así una radical e insuperable alternativa
que no puede ser suprimida por ningún ingenuo optimismo.
En este mes dedicado a
Ella, confiemos a la Santísima Virgen, Estrella de la Evangelización, los
trabajos de vuestro Congreso y, sobre todo, la obra incesante de la Iglesia que,
como Dios, abre a los hombres “la puerta de la fe”. Amén.