Los Ángeles
- Seminario Arcidiocesano
Martes, 4 de octubre de 2011
Santa Misa en la Fiesta de San Francesco de Asís
Homilía
del Cardenal Mauro Piacenza
Prefecto de la Congregación para el Clero
[Gal 6,14-18; Sal 15; Mt 11,25-30]
X
Alabado sea Jesucristo!
Venerable Hermano en el Episcopado,
queridos Sacerdotes Formadores,
queridísimos Seminaristas:
Es para mí motivo de profunda
alegría presidir esta Celebración Eucarística, en el día en que la Iglesia
festeja la memoria de San Francisco, el Poverello
de Asís, aquel que, abrazando radicalmente la llamada de Cristo, hasta tomar
por esposa a la Dama Pobreza, y dejándose penetrar en cada fibra de su ser por
la caridad divina, incendió el mundo de fervor misionero y reorientó la mirada
y el corazón de los fieles hacia lo esencial: ¡Jesús de Nazareth, el Verbo
eterno hecho Hombre, muerto y Resucitado!
La experiencia de la vocación es
siempre la de una gran predilección, inmerecida, nunca fruto de esfuerzos humanos,
sino don gratuito de la misericordia de Dios. En la vocación todos nosotros
hemos sido “tomados por Cristo”, envueltos en su designio de amor, ¡abrazados en
una historia que será eterna!
Esta inserción en la vida divina,
iniciada en el santo bautismo, y para nosotros extraordinariamente renovada por
la vocación sacerdotal, tiene el sabor de la totalidad. ¡Cristo lo da todo y lo
pide todo!
No es posible caminar hacia el
sacerdocio sin este deseo de totalidad: totalidad del don de nosotros mismos a
Dios y a la Iglesia, y totalidad de servicio a la fe de nuestros hermanos.
La
totalidad de Cristo tiene un nombre: es Su cruz. El Sacrificio de Cristo en la
Cruz, lejos de ser sólo una “contradicción”, es lo único que da verdadera
consistencia a la existencia humana. Participamos
en el Sacrificio que Cristo ofrece, de modo incruento, en la Santa Eucaristía.
La Eucaristía
es el verdadero centro de la vida de un seminario y de un seminarista. Sin esta
centralidad eucarística orante, que supera cualquier otro medio formativo, no
hay auténtica formación sacerdotal. ¡Por
eso es tan importante una auténtica y correcta vida litúrgica! El hombre de la Eucaristía
se forma en la escuela de la Eucaristía.
El mismo San Francisco, a quien hoy
conmemoramos, tenía una veneración absolutamente extraordinaria por la Eucaristía,
un amor único por el Santísimo Sacramento, que él vivía plenamente como lo que
es: presencia verdadera, real y sustancial de Cristo Resucitado en el mundo.
Escribe su primor biógrafo
Tomas de Celano: «Ardía de Amor en todas sus más íntimas fibras por el Sacramento
del Cuerpo del Señor, llenándose de estupor por tan amorosa dignación y tan
misericordiosa caridad».
Cruz y Eucaristía han sido para San
Francisco las raíces de la pobreza y de la humildad. Cruz y Eucaristía son,
para cada llamado al Sacerdocio, las raíces de aquella pobreza y humildad que se
convierten en castidad y obediencia. Pobreza de afectos humanos y pobreza de
propia (autónoma) voluntad, para vivir totalmente del Amor de Dios y de la Voluntad
de Dios.
Quien acoge totalmente la llamada del
Señor, recibe de El la propia misión en la historia. Y sólo en esta acogida de la
Voluntad de Dios, expresada en la vida de la Iglesia y en la obediencia al Magisterio
y al Papa, está la llave para abrir la realidad del mundo y del hombre a Dios.
Debemos implorar con insistencia para
cuantos se preparan hoy al Ministerio Sacerdotal aquella radicalidad y aquel
fervor que tuvo San Francisco.
La identificación total con Cristo
fue vivida por San Francisco hasta el don de las Llagas, real participación
física en la Pasión del Señor.
También a vosotros, carísimos
seminaristas, os será dada sacramentalmente, en el día de la ordenación
sacerdotal, la configuración con Cristo Cabeza, que incluye la participación en
Su Pasión. Vuestras manos serán ungidas, y desde ese momento no os perteneceréis
ya a vosotros mismos, sino que Dios os dirá: «¡Tu eres mío!».
La misión no es un continuo
desvivirse en iniciativas, ¡aunque estén muy bien organizadas! La misión es la
conciencia de esta pertenencia y de la obligación única que de ella deriva:
¡ofrecer a los hombres la Salvación, la Misericordia, Cristo mismo!
¡La actividad apostólica es la
consecuencia de ser Apóstol!
El amor por la Eucaristía, unido al grandísimo y consiguiente
respeto por el sacerdocio, hizo que San Francisco se decidiera a permanecer
toda la vida como diácono, siervo, porque ésta era su vocación, lo cual para
nosotros es motivo de profunda reflexión.
Leemos en la Regla no bulada: «Escuchad,
hermanos míos. Si la bienaventurada Virgen es tan honrada, como es justo, porque
lo llevó en su santísimo seno; si el bienaventurado Bautista tembló de alegría
y no osó tocar la santa cabeza del Señor; si es venerado el sepulcro en el
cual El yació por algún tiempo; ¡cuán santo, justo y digno debe ser el que toma
en sus manos, recibe en el corazón y en la boca, y ofrece a los otros para que
lo coman, a Aquel que ya no muere, sino que es eternamente vencedor y
glorificado, y al Cual los ángeles desean volver la mirada! Reparad en vuestra
dignidad, hermanos sacerdotes, y sed santos porque El es santo. Y como el Señor
Dios os ha honrado sobre todos los hombres al confiaros este ministerio, así
vosotros amadlo, reverenciadlo y honradlo más que todos los otros hombres. Grande
miseria sería, y miserable mezquindad si, teniéndole a El así presente, os preocupáseis
de cualquier otra cosa que exista en todo el mundo». (220, 21-25). Esto nos dice San Francisco.
¿De cuántas cosas que no son El nos preocupamos todavía, como Sacerdotes y
Seminaristas? ¡Cuán grande es aún la distancia entre lo que hemos recibido y lo
que Le damos en retorno! ¿Podemos decir, con San Pablo: «En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme si no
en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo?» (Gal 6,14).
¿Qué significa: «El mundo está
crucificado para mí, y yo para el mundo», (Ibidem)
si no la total alteridad entre el auténtico modo de pensar y de vivir del
Apóstol, y la mentalidad del mundo?
Pero aunque el mundo en torno a nosotros esté lejos de este modo de
entender las cosas, o sea, alejado de la verdad, nosotros podremos ser “sal de la
tierra” y “luz”, ¡si nuestra vida ha sido toda “tomada por Cristo”!
¡Que este tiempo de la formación, único e irrepetible, no sea desperdiciado!
¡Que ni siquiera un día sea vivido mal!
¡Es el tiempo de la familiaridad con Cristo, de la intimidad con El, del
ingreso progresivo y eficaz en el misterio de la Iglesia!
¡Es el tiempo del trabajo, a menudo fatigoso, sobre uno mismo, para que nada
de nuestra humanidad pueda un día oscurecer la belleza y la fascinacion del
Señor!
¡Es el tiempo de la penetración de la Verdad! No de las opiniones de un teólogo
u otro, sino de la Verdad que Dios nos ha revelado sobre Sí mismo y que, en las
diferentes épocas de la historia, permanece siempre inmutable, como Cristo, que
es el mismo ayer, y hoy y siempre!
Con la Santísima Virgen María, Reina de los Apóstoles, vivid el Seminario
como un Cenáculo, donde, unidos en oración, esperais el don del Espíritu para
la misión.
San Francisco, a cuyo carisma debe mucho esta tierra regada por las fatigas
apostólicas de santos misioneros, interceda por cada uno y obtenga del Espíritu,
hoy, en el día de vuestra ordenacion y para toda la vida, aquel extraordinario
fervor que ardió en su corazón y que, encendido en un solo hombre, podría abrasar
de amor al mundo entero.